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Beskrivelse
Dos d as despu s en Los Cedros, la residencia oficial del presidente Ladr n de Guevara, desde la suntuosa Sala de Recepci n, un recinto adornado con pinturas cl sicas, voces agitadas se filtraban por la ventana hacia el amplio patio rodeado de g ticas columnas. El presidente, sentado precariamente al borde de su enorme silla de piel, como una mosca sobre las nalgas de un elefante, se reclinaba sobre el impresionante escritorio presidiendo sobre dos caballeros de trajes negros estilo ping ino: el Secretario del Interior con su bigote encerado, y lvarez, el gobernador de Chapingo, de barba cuidadosamente delineada y nariz rojiza por el vitiligo. En segunda fila se encontraba Antonio Robledo, barriga hinchada por la cerveza, jefe del Estado Mayor, una ensalada de listones y condecoraciones cubriendo su pecho y las cinco estrellas de general en las solapas. R gido y firme, gorra bajo su h medo sobaco, Robledo empez su reporte: El sargento Reyna y un grupo de guerrilleros disfrazados de enfermeras, pechos, piernas y bigotes afeitados, recogieron a los t cnicos de televisi n que se escond an de contrabando en La Capirucha y los trasladaron, ojos vendados, al cuartel general. Barcos hab a aceptado la oferta de la importante red de noticias Pan Europe Television para grabar una entrevista y un documental sobre su lucha, para distribuci n internacional. Siguiendo a Reyna en una discreta vagoneta, dos ambulancias de la Cruz Roja avanzaron hacia el sur por caminos secundarios. Sin embargo, no pudieron evitar detenerse ante un ret n de control del ej rcito federal y polic a. Los guerrilleros, escondiendo su carga humana y disfrazando su nerviosismo con sangre fr a y palabras sensuales y prometedoras, lograron burlar la inspecci n de los enamoradizos uniformados.En la sala de su cuartel, se pasea de lado a lado con obvia nerviosidad el comandante Barcos, mientras que uno de los presentes, el capit n Trancazo, lo observa con curiosidad: Por el modo como roe su pipa y por su comportamiento est claro que algo importante fastidia al comandante, dice, en sotto voce. El otro presente es el teniente Maravilla. Los tres barbados militares, Barcos y sus dos aides-de-camp, comparten la misma indumentaria: trajes de campa a verde olivo a la moda de los revolucionarios latinoamericanos, boinas rojas a la Ch Guevara, y botas brillantes como espejos a base de grasa shinola. Enfundada, portan una pistola 45 autom tica de las asignadas a los oficiales del VEP. guilas doradas, la insignia de Jefe Supremo, cuelgan de las mangas, solapas y boina del comandante.El teniente Maravilla agachado sobre la mesa, con su atenci n absorta en el mapa de operaciones, empieza su sombr o aunque honesto reporte de la situaci n b lica. -Comandante: La m quina federal, pujante, Camino a la victoria y triunfante, Mientras que nuestras fuerzas, vencidas, No alcanzan a sanar sus heridas.Material, armas de a os pasadosNulos son contra ej rcitos dotadosDe armamento futurista y letalQue r pido se suma al arsenalQue dolosas bajas han causado. -Consciente estoy de esa realidad. Pero para escapar de sus garras, cuento con la soluci n, un refugio ni muy cercano ni muy lejano donde nunca nos hallar n, -afirma el comandante, iluminado su gesto como por un reflector. - Y se puede saber d nde es eso? -pregunta Trancazo.-Del sombrero anda sacando Un conejo por los piesSer jefe del ComandoPero mago no lo es, piensa Maravilla.-El refugio de los Estados Unidos de Am rica, -responde solemnemente el comandante-. El alba ilumina los objetos. Los esp ritus de las criaturas brillan. En los minutos antes de clarecer, un ambiente festivo, no visto desde el ltimo campeonato nacional de balompi , impregna el aire h medo de San Crist bal. Las luces artificiales del estadio pierden su lustre y ceden al sol el derecho de iluminar.
