La Palabra

Ricardo Ignacio Palmatieri, uno entre tantos exiliados, lleva una existencia llena de obligaciones rutinarias y bien planeadas actividades profesionales que le permiten viajar y ser conocido y, cree, respetado y admirado. Su vida social flota en un mundo en el que el pragmatismo impone las necesidades de convivencias superficiales y su vida personal es otro h bito de ritos m nimos. El afecto y la comunicaci n de centro a centro con los dem s son rasgos excluidos y su vida, es una pura enajenaci n soslayada. La verdadera realidad de su vida s lo existe en confrontaciones con un amigo, espectador de ese ambiente en el que las apariencias importan m s que el ser. Esos momentos de lucidez quedan neutralizados por "el ruido" que ahoga toda posible autoevaluaci n que lo devuelva a una vida si no plena, m s verdadera. El protagonista, no logra sino repetir rutinas y sigue corriendo detr s de lo que le dar status. El pasado, evocado repetidamente es una prueba de ese desarraigo vital que le trae la memoria y aparece como una vida m s aut ntica, quebrada y perdida por un espejismo de xito o como algo en lo que se desliz sin darse cuenta. El que se sabe condenado podr hacer una balance; el que no, no tendr tiempo pero hay quienes ya han muerto o se han suicidado sin saberlo apenas. El autoenga o no es la panacea de la carencia vital y emocional; el deseo de triunfo nunca pudo ser colmado porque para eso debiera haber afrontado su verdadero ser y construir a partir de l y por olvidar que las m s ricas relaciones humanas nacen y crecen en los m s diarios pero aut nticos intercambios con los dem s.