Sie7e

La Antig edad griega dej lecciones imborrables a la Humanidad. Fortalezas y debilidades eran para los helenos, junto a otros referentes, objetos comunes de lecci n. Entre esas historias, o mitos como se les conoce, la figura de Aquiles alcanza proporciones particulares. En Aquiles se conjuga la ant tesis que conforma al ser humano a la luz de muchas filosof as: barro y soplo divino. Hijo de una diosa y de un mortal, el h roe fue blindado por su madre, cuando esta lo sumergi ritualmente en la laguna Estigia, haci ndolo inmune a las armas de aquel tiempo. Sin embargo, el punto por el que sosten a al reci n nacido, el pie, no fue alcanzado por el agua m stica, lo que dio origen a un nico punto d bil que llegar a a ser su perdici n. Hasta el presente, la estructura corporal de una persona, o las providencias que esta adopte con respecto a su conformaci n espiritual, son m s o menos fuertes en igual proporci n a la debilidad de su tal n de Aquiles particular. Bien dicen los que saben de estas cosas: las historias que tienen al ser humano como eje suelen mantenerse vigentes, actuales, milenio tras milenio. Rosamar a Tapia recrea en esta novela el contexto de la historia de Aquiles, la moldea en la contemporaneidad y nos la muestra con una versi n adaptada y calibrada de tal modo que pudiera convertirse en la propia rendici n de cuentas existencial del lector. Es que, conscientes de nuestra dualidad mortal y divina, pero sujetos a pendular entre una y otra a lo largo de los breves d as de nuestra existencia, ponemos el pecho a tantos retos, crey ndonos cubiertos por armaduras invulnerables, en tanto dejamos expuestos, porque no sabemos d nde radican, nuestros vitales puntos d biles. Narrada con la prosa intimista que ha integrado ya a su impronta como escritora, Rosamar a Tapia nos lleva en esta novela por escenarios impresionantes, no tanto por ser inusuales, sino por estar m s cerca de nosotros de lo que podr amos siquiera sospechar. Pero lo hace en buena hora, cuando a n podemos mirarnos para encontrar d nde reside nuestro tal n de Aquiles; y cubrirnos en consecuencia.