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Beskrivelse
Comenzaba clarear el d a cuando despert el doctor Aresti, sinti ndose empujado en un hombro. Lo primero que vi fu el rostro de manzana seca, verdoso y arrugado de Katali , su ama de llaves, y los dos cuernos del pa uelo que llevaba la vieja arrollado las sienes. -Don Luis... despierte. Muerto hay en el camino de Ortuella. El jues que vaya. Comenz vestirse el doctor, despu s de largos desperezos y una rebusca lenta de sus ropas, entre los libros y revistas que, desbord ndose de los estantes de la inmediata habitaci n, se extend an por su dormitorio de hombre solo. Dos m dicos ten a sus rdenes en el hospital de Gallarta, pero aquel d a estaban ausentes: el uno en Bilbao con licencia; el otro en Galdames desde la noche anterior, para curar varios mineros heridos por una explosi n de dinamita. Katali le ayud ponerse el recio gab n, y abri la puerta de la calle mientras el doctor se calaba la boina y requer a su cachaba, grueso cayado con contera de lanza, que le acompa aba siempre en sus visitas las minas. -Oye, Katali -dijo al trasponer la puerta.- Sabes qui n es el muerto? -El Maestrico disen. El que ense aba por la noche el abesedario los pinches y era novio de esa que llaman La Charanga. C mo est Gallarta, Se or Dios Ya se conoce, pues: la iglesia siempre vas a. -Lo de siempre-murmur el m dico.-El crimen pasional. A estos b rbaros no les basta con vivir rabiando y se matan por la mujer. Aresti andaba ya, calle abajo, cuando la vieja le llam desde la puerta. -Don Luis, vuelva pronto. No olvide que hoy es San Jos y que le esperan en Bilbao. No haga su primo una de las suyas. Aresti not la entonaci n de respeto con que hablaba la vieja de aquel primo que le hab a invitado comer por ser sus d as. En todo el distrito minero nadie hablaba de l sin subrayar el nombre con una admiraci n casi religiosa. Hasta los que vociferaban contra su riqueza y poder o, le tem an como una fuerza omnipotente. El